Un tema de debate candente, de los más difíciles de resolver, es el
aborto o interrupción del embarazo. Actualmente, el aborto es permitido
en la Ciudad de México, hecho apoyado por la mayoría, aunque algunos
grupos se oponen y desean revertirlo.
Al asomarnos a este tema, encontramos de inmediato dos posturas
principales, irreconciliables. Por un lado tenemos a quienes están en
contra del derecho de las mujeres para interrumpir el embarazo, del otro
lado se encuentran quienes están a favor de ese derecho.
Los primeros, se manifiestan contra el aborto argumentando que
es un acto de asesinato, en el que se quita la vida a un ser humano. Las
versiones varían de persona a persona, de grupo a grupo, pero el
mensaje general es el mismo: El aborto es la negación de la vida, un
asesinato, y matar es malo, por lo cual no debe practicarse.
Los segundos no son un grupo definido, son casi todos los demás
que no pertenecen al primer grupo (salvo los que no toman una postura,
que se mantienen neutrales o, peor, apáticos e ignorantes). Los
argumentos de este lado varían considerablemente, desde los que hacen
mención al derecho de las mujeres a hacer lo que deseen con sus cuerpos y
sus vidas, hasta quienes defienden el derecho (o necesidad) de abortar,
porque hay demasiada gente en el mundo, pasando por los argumentos más
bien sólidos y serios, como el hecho de que el cigoto (el producto de la
unión de un óvulo y un espermatozoide, que sucede durante el contacto
sexual) no es un ser humano, o más bien una persona. Sólo es el embrión
del animal llamado Homo sapiens.
Sin pretender una respuesta definitiva, quiero plantear una
problemática filosófica frente a este asunto, una forma de abordar el
problema que permita tener mejores bases para decidir nuestro actuar
(hombres incluidos) frente a la realidad del aborto, más allá de que al
menos en la ciudad de México, la interrupción del embarazo ya no está
penalizada, pues una ley no es inherentemente correcta o “buena” por el
hecho en sí de ser una ley. No olvidemos que el exterminio de disidentes
bajo el sistema comunista de Stalin en Rusia, era legal, así como lo
son las ejecuciones de criminales en Estados Unidos. Pero entremos en
materia.
En su «Fundamentación de la metafísica de las costumbres»,
Immanuel Kant nos dice que “ni en el mundo ni, en general, fuera de él
es posible pensar nada que pueda ser considerado bueno sin restricción,
excepto una
buena voluntad”. Esto nos lleva al tema del bien y del mal, es decir de la ética (no de la moral maniquea).
Este tratado de Kant nos dice que el problema del bien y el mal
sólo en una parte nos incumbe como seres humanos, y es en elegir entre
dos males, nunca entre el bien y el mal; elegir entre dos bienes ni
siquiera es un problema. Si tienes hambre y te ofrecen dos platos
distintos, sólo debes elegir el que prefieras entre ambos bienes. No hay
problema.
Elegir entre un bien y un mal, aunque es un problema, no nos
concierne como seres humanos, pues nadie elegirá el mal por encima del
bien. El ejemplo más ilustrativo es éste: si te dan a elegir entre
matarte (hacerte un mal) o darte riquezas o cultura (hacerte un bien),
la elección siempre es la del bien. Quien hace un mal a otro no lo hace
por el mal en sí, sino por obtener un bien propio. Las empresas que
despiden trabajadores no lo hacen para dañar a los trabajadores, el
verdadero móvil es un bien que la empresa obtendrá, como ahorrarse
sueldos y prestaciones.
Los grupos conservadores que se oponen a la despenalización del aborto, califican la muerte de un ser humano como un mal y
no abortar como un bien, pero el argumento es falaz, por varias razones, a saber:
- Una elección sólo se da entre dos acciones, nunca entre una acción y una inacción; abortar es un acto no abortar es la ausencia de un acto.
- Si en lugar de decir no abortar decimos que la elección es
entre abortar y dar a luz a un bebé no deseado o ser madre
obligadamente, ahora sí estamos hablando de una elección entre dos
cosas, entre dos acciones.
- En este caso, dar a luz a un niño no deseado o ser madre (o padre)
obligatoriamente, no puede considerarse como un bien, sino como un mal.
Ahora podemos ver la falacia con total claridad: cuando nos
dicen que la elección entre abortar y no abortar es elegir entre el mal y
el bien, nos están mintiendo, porque en realidad se trata de elegir
entre dos males. Y la manipulación viene cuando esos grupos o sus
representantes (sean políticos, sacerdotes o ciudadanos) pretenden tomar
la decisión de nuestras manos y califican esa decisión suya como la
única correcta y válida, y descalifican por completo a quienes eligen la
otra.
Si
recuperamos para nosotros la responsabilidad de elegir y tomar nuestras
propias decisiones, debemos considerar este problema como la elección
entre dos males: abortar es un mal (si fuera un bien, nadie dudaría en
realizarlo), pero estar obligadas a ser madres también es un mal. Elegir
entre dos males plantea la necesidad de informarnos y elegir aquél con
el que podamos lidiar, o para decirlo según la sabiduría popular:
elegir el menor entre dos males,
pero nadie más que nosotros mismos podemos determinar cuál de los males
posibles es el menor, y es una decisión personal porque hacernos cargo
de las consecuencias de cualquiera que sea la decisión que tomemos,
también será cosa personal. Si todos tus amigos te dicen que interrumpas
tu embarazo y lo haces, ninguno de tus amigos cargará con la culpa o
remordimientos que el acto pueda acarrearte; si tu párroco o diputado de
confianza te convence de que no debes abortar sino tener al bebé y ser
madre, él no te va a ayudar con los gastos, con los cuidados ni con la
educación del niño. Ello te corresponde sólo a ti, o a ti y a la persona
que elijas que sea tu pareja, si esa persona está de acuerdo. Pero
sobre todo, a ti.